Para cuando yo nací, en 1960, en Martín Alonzo, no había luz eléctrica,
ni la hubo por otros dieciocho años, cuando salí para la capital. Fue a
principios del siglo XXI, cuando llego la luz a Martín Alonzo.
Desde chiquitos, cargábamos
el agua que se usaba en la casa de papá y mamá, desde el río bajabonico y de la
noria de la Guayabota, en cantaros y en cubos en los que llevábamos la leche a
la quesería, montados en burros. Otros tantos, utilizaban calabazos, que eran
hechos del fruto del higüero, después de sacarle todas las tripas. Agua para
cocinar los alimentos, para fregar los utensilios de cocina, bañarnos, echarle
a las matas y flores como las azucenas, las rosas, sangre de Cristo o Cayena, el
Jericó, la Juana la blanca y el romero,
que se usaban para hacer teses. El agua para tomar o beber se echaba en
tinajas.
Las tinajas se compraban en Luperón, Puerto Plata, Imbert o Santiago. Eran hechas de barro y habían de diferentes tamaños: grandes, medianas y chiquitas.
Parece ser que en España, específicamente en Castilla-La Mancha, la fabricación de
tinajas, fue un oficio que durante varios siglos supuso el sustento de muchos artesanos, creando una gran industria alfarera de la cual hoy en día aún quedan vestigios.
Es fácil encontrar en cada
localidad manchega, cada casa, cada alojamiento rural, uno de estos símbolos de
nuestra historia.
La palabra tinaja procede
del latín tinacŭla, de tina.
Una tinaja es
un recipiente de barro con forma de vasija de perfil ovalado, boca y pie
estrechos y por lo general sin asas. La tinaja grande, también llamada tinajón,
más profunda y panzuda, ha sido tradicionalmente utilizada para almacenar vino,
y los ejemplares medianos para aceite y granos de cereal. Las más pequeñas
pueden estar parcial o totalmente vidriadas y utilizarse para todo tipo de
líquidos y semillas, así como en la matanza del cerdo. En España, los
principales centros tinajeros de los siglos XIX y XX han sido: Villarrobledo,
Colmenar de Oreja y Arroyomolinos de Montánchez, para la producción industrial
de grandes ejemplares, y Torrejoncillo, Torre de Santa María, Lorca y Totana en
tamaños más modestos. Iconográficamente, las tinajas se consideran símbolo
emblemático de La Mancha.
En casa habían dos
tinajas de barro: una en un rincón de la cocina para los muchachos y
trabajadores del conuco y otra, la más grande, en el comedor, para los padres y
las visitas. Una tapa y un jarro se colocaban en la boca, para servir el agua
fresca y pura, en cantaras, higueras, jarros y vasos de colores, comprados en
el pueblo.
Cada vez que se agotaba el agua de las tinajas, se fregaban con hojas de guayaba y se le ponía nueva agua de noria o de río. Eran las neveras del campo, porque el agua se mantenía bien fresca. Los muchachos, si la queríamos mucho mas fría, nos chupábamos una menta verde o de guardia y vaya usted a saber el friiito que sentíamos.